Mahmud trata de organizar el grupo que partirá hacia Eidomeni a pie. Foto: Pablo Ibáñez.

Voluntarios de Médicos Sin Fronteras nos confirmaban que 3.800 personas habían pernoctado en el campo de la estación de servicio de Polykastro. Una situación realmente complicada, en la que cualquier europeo era bienvenido para ayudar a encontrar el médico, el lugar del reparto de comida o conocer el estado de la situación en la frontera. Para algunos afganos nosotros hemos sido los primeros en informarles del cierre de paso fronterizo para su nacionalidad, lo que ha provocado más incredulidad que tristeza.

Entre nuestras conversaciones, ha aparecido un joven sirio solicitándonos ayuda. Su empresa era algo distinta a las lógicas de un recién llegado al campo de refugiados. Mahmud nos pedía si podíamos acompañar a un nutrido grupo de sirios, que pretendían recorrer andando los 20 kilómetros que separan la estación de servicio de Polykastro del paso fronterizo de Idomeni. Sabía que la prensa podía ayudarles.

Poco más de media hora ha tardado en organizar a dos centenares de jóvenes sirios, que se han acercado hasta la salida de la gasolinera custodiada por una patrulla de policía. El grupo aumentaba de tamaño cada minuto, y la patrulla no ha podido hacer otra cosa que bloquearles el paso con el coche y negociar con ellos una llamada al oficial al mando.

La multitud ahora reunía también a ancianos, niños y disminuidos físicos. Los refugiados esperaban, sentados en el suelo, una solución a las noches pasadas en la estación de servicio. Especialmente a la última, fría y lluviosa.

Cuando el grupo ha alcanzado las 500 personas ha llegado el oficial al mando de la seguridad en ambos campos, tanto en Idomeni como en la estación de servicio. Visiblemente irritado, tanto por la sentada de los refugiados, como por la presencia de periodistas, se ha visto obligado a organizar un dispositivo que acompañase, durante el trayecto a pie por la E75, a miles de personas.

En el momento de partir el grupo alcanzaba el millar de personas. A las de nacionalidad siria se habían unido también iraquíes y afganos, algunos incluso habiendo sido advertidos que no les sería permitido el paso a la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM).

Vítores, aplausos, emoción y lágrimas desbordadas de cientos de personas, que comenzaban una larga marcha hacia Idomeni que iba a durar casi seis horas. Mahmud, el joven de Alepo que se ha erigido auténtico líder de esta movilización, corre de un lado a otro del grupo, trata de organizarles, les hace aminorar el paso, les obliga a permanecer lo más cerca posible del arcén de la calzada. Es difícil hablar con él.

“Esta es mi gente, mi vida, mi corazón, mi alma. Quiero lo mejor para ellos”, me dice fatigado tras recorrer el alargado grupo desde el principio hasta el final, varias veces. “La realidad siria actual es una broma pesada. Una locura. Yo odio el Daesh, pero todos los actores han convertido la situación en alarmante. Es el caos”, y vuelve a organizar el nutrido grupo.

El largo trayecto ha hecho que el bloque inicial se fuera deshaciendo poco a poco. Pequeños grupos de personas se diseminaban a lo largo de kilómetros en su camino hacia la frontrera. Muchos, seis horas más tarde continuaban por la carretera. Algunos habían acampado a tan solo cuatro kilómetros de Idomeni. La mayoría pernoctará en el campo, aunque es seguro que no hay sitio para todos.

La rebelión de Mahmud, sin duda ha hecho llegar a cientos de refugiados a Idomeni mucho antes de lo deseado por las autoridades de ARYM, y también por las de la Unión Europea. En el trayecto imágenes muy dolorosas, niños muy pequeños recorriendo veinte kilómetros andando, personas empujando una silla de ruedas durante horas, gente andando con muletas esta distancia. Todos y todas cargadas con grandes mochilas, tiendas de campaña y mantas.

Sin duda la imagen más cruel de esta nueva Europa.

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