Ayoub muestra un mensaje en la cafetería de Idomeni. "Si hay hambre, no volveremos". Foto: Pablo Ibáñez.

Un joven, casi adolescente, anda sobre dos muletas en Idomeni. Pese a hacer un día no excesivamente frío, el joven viene ataviado con un espeso gorro de lana con orejeras. Se para ante nosotros y nos pide un cigarro. Entablamos una breve conversación que nos arroja de lleno a una realidad paralela al campo de refugiados.

Younes. Foto: Pablo Ibáñez.

Younes. Foto: Pablo Ibáñez.

Younes es marroquí, estudiaba Historia en Casablanca. Desde finales de noviembre, la ruta que ha escogido para acceder a Europa, está cerrada a cal y canto para las personas con su nacionalidad. Aun así, permanece en los alrededores de Idomeni, esperando su momento. Poco después, otros dos jóvenes marroquíes se unen a la conversación, son Karim y Mehdi. Nos saludan agradablemente pero, casi de inmediato, se llevan a Younes, como si alguna tarea urgente requiriese la presencia del joven de las muletas.

Eran esos días previos a la tempestad que se vive actualmente en Idomeni. Aproximadamente 3.000 personas permanecían a las puertas de la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM), pero Austria todavía no había exigido que el cupo máximo de solicitantes de asilo que pudieran atravesar la frontera de su país fuera de 580 personas por día. La actividad en el campo era de cierta normalidad.

Una relativa tranquilidad que nos permitió poder pasear un poco por las vías y los pequeños sotos cercanos al campo de refugiados de la frontera greco-macedonia. Grupos de tiendas de campaña escondidos entre la maleza, restos de comida de urgencia y la suciedad de días de vivir en la indigencia, esperando el momento de atravesar la cercana e infranqueable valla, siempre presente.

Vagones abandonados en Idomeni, donde pernoctaban algunos de estos jóvenes marroquíes. Foto: Pablo Ibáñez.

Vagones abandonados en Idomeni, donde pernoctaban algunos de estos jóvenes marroquíes. Foto: Pablo Ibáñez.

Entre árboles y matorrales, siguiendo una vía abandonada encontramos unos vagones obsoletos, ya cerca de la estación de Idomeni. Allí, adivinamos la figura de Mehdi que sentado en cuclillas fuma un cigarrillo. Cuando aún no habíamos entablado conversación con él, otro joven, casi un niño, aparece entre dos vagones de un tren de mercancías, estacionado en la vía paralela. De los vagones abandonados aparecen dos jóvenes más. Tratamos de establecer conversación, se hace complicado y la ausencia de datos en nuestros móviles nos obligan a buscar un sitio con wifi. La cafetería de la estación de Idomeni.

De camino a la estación, saltando sobre vagones de tren para poder atravesar las vías, sólo una pregunta en nuestras cabezas: ¿por qué permanecen aquí? Desde el 18 de noviembre del 2015, los marroquíes son considerados migrantes económicos y no tienen ninguna posibilidad de paso legal a través de los Balcanes. ¿Qué les hace permanecer allí esperando su ínfima oportunidad?

Los cuatro jóvenes marroquíes camino de la cafetería de la estación de Idomeni. Foto: Pablo Ibáñez.

Los cuatro jóvenes marroquíes camino de la cafetería de la estación de Idomeni. Foto: Pablo Ibáñez.

Ayoub se ha erigido en el líder del grupo. Tiene 30 años y trabajaba como recepcionista en un hotel de Casablanca. Uno de esos pequeños moteles de no más de diez habitaciones. Nos cuenta que no tienen ninguna intención de volver a Marruecos. “Mientras haya hambre no volveremos”. Alrededor: Younes, estudiante de 20 años; Mehdi, de 28 años, pintor y padre de dos hijos; Karim, de 28 años, montador de aluminio y padre de tres hijos; Riyahi Mohammed, de 28 años y el pequeño Abou Baker, de tan solo 16 años.

Mehdi y Ayoub en primer plano. Detrás Riyahi, Karim y otros dos jóvenes marroquíes en la cafetería de la estación de Idomeni. Foto: Pablo Ibáñez.

Mehdi y Ayoub en primer plano. Detrás Riyahi, Karim y otros dos jóvenes marroquíes en la cafetería de la estación de Idomeni. Foto: Pablo Ibáñez.

Malviven en esos vagones de tren abandonados. Aprovechan el campo de refugiados, como un sirio e iraquí más. Hacen colas para conseguir comida o ropa, siempre con la boca cerrada para que su procedencia pase desapercibida. Son parias entre los refugiados.

Algunos llevan semanas viviendo alrededor de Idomeni. La consideración de la nacionalidad marroquí como “migrantes económicos” les pilló ya en pleno viaje, en Turquía o en Grecia. Algunos habían pagado su billete de autobús desde Atenas hasta la frontera, pero no les permitieron subir. Tampoco se les devolvió el dinero. A partir de ahí, llegar hasta la frontera donde les esperan largas horas de tedio buscando como cruzar a ARYM como polizones en un tren. Todos lo han intentado varias veces, algunos incluso diez.

Este joven caminó tres días para regresar a Idomeni desde Skopje. Foto: Pablo Ibáñez.

Este joven caminó tres días para regresar a Idomeni desde Skopje. Foto: Pablo Ibáñez.

Exhausto, llega un joven nuevo al grupo, que causa alboroto generalizado. Es el último que lo ha intentado. La policía macedonia lo pilló en es Skopje, fue trasladado a un campo de refugiados, desde donde escapó para regresar a Idomeni. Ha pasado tres días andando entre bosques, para volver a integrarse en el grupo. Le saludan entre la admiración y la decepción. Tiene 18 años y asegura haber sido golpeado por la policía macedonia. Nos abandona para irse a duchar al campo de refugiados.

Me planteo la duda de porqué han elegido esta ruta si, como ellos mismos comprueban, es tremendamente complicada. Desde mi ignorancia les hablo de Albania, Kosovo, Montenegro y Bosnia, como ruta alternativa. Ayoub responde con un gesto. Finge tener un fusil y hace el sonido de un disparo. En Albania no se andan con chiquitas. “Disparan a los inmigrantes y les lanzan los perros. Incluso, la policía albana les roba”, nos responde Ayoub. Es una ruta que las mafias aprovechan, pero vitalmente peligrosa para inmigrantes que se adentren solos en esa aventura.

Ayoub. Foto: Pablo Ibáñez.

Ayoub. Foto: Pablo Ibáñez.

No ocultan que están allí también por culpa de la política fronteriza del Estado español. La misma valla que les corta el paso en los Balcanes, hace años que fue construida en la colonias españolas en suelo africano. Ceuta y Melilla son casi inexpugnables a día de hoy, y las actuaciones de la policía marroquí y española no se diferencian mucho de la albana o macedonia. En mi mente la playa de Tarajal, donde la guardia civil causó quince muertos al disparar balas de goma contra inmigrantes que nadaban para acceder a la costa.

Aun así, no cejan en su empeño. Han invertido mucho tiempo y dinero para echarse atrás ahora. “Nadie en el grupo quiere volver a Marruecos” asegura Mehdi. Trataran de volver a subirse a un tren en apenas unas horas. Intento saber cuándo pero no parece que me lo vayan a decir. Hacen bien. Tampoco yo lo haría.

Polizones

Al día siguiente, domingo 21 de febrero, Idomeni comenzaba a verse en serias complicaciones. Cientos de refugiados caminaban desde la cercana Polykastro hacia el campo fronterizo, que al final de la tarde duplicaba su población. Casi todos estos jóvenes marroquíes aprovecharían esa tarde noche en Idomeni para colarse en un tren. Casualmente Abou Baker se cruzaba delante de nuestra cámara que grababa el río humano que desembocaba en el campo de refugiados. Andaba en dirección contraria. Pude alcanzarle cerca de la cafetería de la estación de tren. Me comentó que iban a colarse en un tren en dirección a Serbia.

En la mañana del lunes una protesta afgana, terminaría con el cierre total del tránsito ferroviario por esta frontera. Los cupos impuestos por Austria creaban el tapón que ha llevado a Idomeni a la situación actual de crisis humanitaria. La situación era excesivamente tensa como para pensar en estos jóvenes marroquíes. Mi mente los desplazó a un segundo plano.

Durante la mañana del martes, mientras duró el desalojo de las familias afganas, la prensa no pudo acceder al campo de refugiados. Pasamos buen rato en la cafetería de la estación, como tantos otros periodistas. Allí volvimos a encontrar al pequeño de los marroquíes. Abou Baker estaba sentado junto a un compatriota, en una mesa de terraza en la puerta de la cafetería. Todos sus amigos habían llegado a Serbia, o al menos se habían colado en el tren que les dejaría en Belgrado. Él también, pero le pillaron. Lo habían hecho en la noche del domingo, junto antes del cierre del tránsito ferroviario. Aun habiendo fracasado, el pequeño Abou no perdía la sonrisa y su mente seguía puesta en el viaje. Prácticamente solo emitía dos palabras “Serbia” y “tren”. Nos despedimos de él deseándole mucha suerte.

Abou Baker juega con su móvil junto a otro joven marroquí en la estación de Idomeni. Sus amigos ya estaban en Serbia. Foto: Pablo Ibáñez.

Abou Baker (derecha) junto a otro joven marroquí en la estación de Idomeni. Sus amigos ya estaban en Serbia. Foto: Pablo Ibáñez.

Este grupo de marroquíes viajaba por libre, quizá apoyados en la solidaridad del grupo, pero desde el cierre de la frontera macedonia para ellos, muchos sucumben a la oferta de las mafias que por 700 euros, les hacen llegar a Serbia. La mafia parece actuar muy cerca de Idomeni. El Hotel Hara, situado en las afueras de Ezvoroi, a tan solo tres kilómetros del campo de refugiados de Idomeni, hace las veces, según voluntarios y población local, de estación de recogida para estos viajes organizados por los traficantes de personas, con destino Serbia.

Belgrado

La capital serbia iba a ser nuestro destino en los próximos días. Teníamos pensada la visita al que, tanto oenegés como voluntarios, denominan coloquialmente como “afgani park”.

Horas después de llegar a Belgrado, y antes de que pasáramos más de media hora en los alrededores del parque Luke Ćelovica, encontrábamos una cara conocida. Él también nos reconocía. Se trataba de Riyahi Mohammed, uno de los jóvenes marroquíes con los que habíamos compartido una tarde en Idomeni.

Rihayi Mohammed, cojea ostensiblemente por las calles de Belgrado. Foto: Pablo Ibáñez.

Rihayi Mohammed, cojea ostensiblemente por las calles de Belgrado. Foto: Pablo Ibáñez.

Visiblemente fatigado y con una ostensible cojera, arrastraba sus pasos por las calles de Belgrado. Nos saludamos con un abrazo, como quien se conoce de hace años. Para él éramos una cara amiga en una ciudad, en la que sólo había pasado tres días, y seguía siendo fría y desconocida. La sensación de indigencia se hacía ciertamente presente. El joven apuesto, y en cierto modo feliz, que habíamos conocido en Idomeni, se mostraba abiertamente triste y preocupado.

Riyahi esperaba dinero de su familia que vive Francia. Solo el dinero que su madre le pudiera hacer llegar, podría sacarle del infierno de Belgrado. Aun sin dinero, rehúsa nuestra humilde invitación a un bocadillo o un trozo de pizza. “Prefiero un cigarro. Me quita el hambre y la ansiedad a la vez”.

Rihayi nos escribió un mensaje, en él el anhelo de volver al Magreb. Foto: Pablo Ibáñez.

Rihayi nos escribió un mensaje con el anhelo de volver al Magreb. Foto: Pablo Ibáñez.

Preguntamos por el resto del grupo marroquí. Nos asegura que están en Belgrado, pero que se muestran ciertamente desesperados. “Borrachos, llorando y sin dinero”, nos advierte Riyahi, que se mantiene sereno, pero igualmente triste y pobre. Su cojera es un regalo de la policía serbia. En tan solo tres días en el país balcánico ha recibido dos palizas. Una en el propio tren al ser descubierto y otra la noche anterior mientras dormía dentro de la estación de Belgrado.

Pronto se unen a nosotros dos jóvenes más. Son también marroquíes. Uno tiene la nariz rota, fruto del mismo encontronazo con la policía en la estación. Aseguran que los policías se reían de ellos mientras les golpeaban y arrastraban por el suelo y que les repetían “fuck you”, mientras les sacaban a la fuerza de la estación. “Policía serbia no buena”, acierta a decir uno de los jóvenes en un precario castellano. Nos muestran sus heridas y se disponen a buscar un sitio a resguardo donde dormir. La policía serbia desaloja el parque por las noches.

Tenemos que despedirnos de Riyahi, que lo hace con lágrimas en los ojos, un largo abrazo y varios besos. “Alá os lo agradecerá” nos dice con voz temblorosa.

Recuerdo la conversación de Idomeni con estos jóvenes marroquíes. “No volveremos a Marruecos” repetían allí. También una frase: “asumimos el hambre”. La pronunciaba Ayoub, el joven que en Idomeni se mostraba como líder del grupo y que en Belgrado, tan solo tres días después, se encontraba roto emocionalmente según nos había indicado Riyahi.

El parque Luke Ćelovica de Belgrado, está lleno de historias como la de Riyahi, Ayoub, Younes o Mehdi. Las mafias suelen abandonar allí a muchos de los considerados “migrantes económicos”.  Grupos de marroquíes, argelinos, afganos, tunecinos y pakistaníes deambulan entre las estaciones de tren y autobús. Algunas familias completas también se encuentran allí varadas.

Buscan el final para un viaje que se alarga en el tiempo. La mayoría han pagado ya una desorbitada cantidad de dinero para llegar a aquí. Un vuelo a Estambul, desplazamiento hasta las costas turcas, 700€ por cruzar el Egeo arriesgando la vida en uno de los botes de las mafias, el ferri que les acerque al continente, el autobús hasta Idomeni y, probablemente, otros 700€ a otra mafia que les abandonó en Belgrado. Además, la alternativa más rápida para salir de Serbia será, de nuevo, recurrir a los traficantes de personas.

Sin embargo, la urgencia para encontrar una salida en la ratonera de Belgrado es esencial para la vida de estos jóvenes. Muchos de ellos caminan ya por el filo de una navaja que puede conducirles a una espiral de delincuencia e indigencia de la que sería difícil salir.

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