Ciwan en el campo de refugiados de Adasevci. Foto: Pablo Ibáñez.

El primer refugiado con el que pudimos hablar durante unos minutos a nuestra llegada a Grecia, hace ya diez días, fue Ciwan, un joven kurdo, de Kobane, que se acercó a nosotros para preguntarnos donde podía encontrar una oficina de Western Union. No llevaba dinero en efectivo y el viaje tenía pinta de alargarse en el campo de la estación de servicio de Polykastro.

Dos días más tarde volvíamos a coincidir, en nuestro viaje paralelo a través de la ruta de los Balcanes, y teníamos la ocasión de saludarnos. Finalemente, este lunes nos alcanzaba de nuevo en Adasevci, al norte de Serbia.

Ciwan es quizá un refugiado atípico. Joven apuesto y moderno, de familia adinerada, kurdo, ateo y de Kobane, esa ciudad que todavía resiste estoicamente las embestidas del ejército turco por un lado y del Daesh por el otro.

Nos cuenta que ha gastado ya 2.100€, en trasporte, para este viaje que emprendió hace veinticinco días. Podría haber gastado menos, su traslado en barco hasta las islas griegas le costó 1.600€. En barco. Quienes disponen de menos dinero arriesgan sus vidas en las pequeñas lanchas hinchables con motor fueraborda, por unos 700€ por persona.

Ciwan. Foto: Pablo Ibáñez.

Ciwan. Foto: Pablo Ibáñez.

Su familia es extensa. Ciwan es el mayor de nueve hermanos, “ya sabes, musulmanes”, dice bromeando. Su padre murió al pisar una mina antipersona. Su madre se ha quedado en Kobane con los seis más pequeños. Los mayores emprendieron la huida hace poco tiempo. Sus otros dos hermanos están en Líbano, nos cuenta.

Ciwan es un joven de veintitrés años, apuesto, con pelo largo, barba y cierto toque de modernidad. A diferencia de la mayoría de sirios, se declara un ateo convencido, algo que le ha hecho tener algún problema durante la travesía. “Un hombre me dijo durante el viaje que si estuviéramos en Siria me mataría”, quizá esta intransigencia es una de las razones que le trae e Europa.

Cuando le preguntas por su destino, afirma sin dudar que es Holanda. “Los alemanes son demasiado estrictos”, afirma con una enorme sonrisa en la cara. Sin duda algo que muchos alemanes también dirían de su propio pueblo. “Además, todos los musulmanes quieren ir a Alemania”, añade bromeando.

Tratar de pensar en futuro le es prácticamente imposible. De momento solo tiene la mente fija en acabar este largo viaje. Hoy nos preguntaba dónde estaba. Es una pregunta habitual entre los refugiados, que tras muchos días vagando entre caminos, carreteras, estaciones, autobuses y trenes que siempre llegan a un campo de refugiados, pierden el sentido del tiempo y del espacio. Le decíamos que estaba en Serbia y con una mueca, entre la sorpresa y la decepción, nos afirmaba que creía haber llegado a Croacia.

Aun sin expectativas claras de futuro insistimos en preguntarle qué espera de Europa, qué trabajo le gustaría encontrar, dónde quiere vivir. Nos responde encogiéndose de hombros. “¿Quizá una pareja europea?” le preguntamos. “Quizá sí”, responde sonriendo.

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