Un joven afgano salta la valla que separa Grecia de ARYM. Foto: Pablo Ibáñez.

El fin de semana pasado, el escenario en los campos de refugiados griegos cercanos a la frontera con la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM), era límite. El flujo de migración en esta zona fronteriza es gestionado por el gobierno heleno a través de dos campos. Un primero, situado en una estación de servicio cercana a la localidad de Polykastro, que actúa de retén para los autobuses que trasladan a estos refugiados desde Atenas, de cara a acceder al segundo, situado en el paso fronterizo de Idomeni, donde los solicitantes de asilo consiguen los permisos para acceder a ARYM.

En la mañana del domingo 21 de febrero, miles de personas permanecían en el campo de refugiados de la estación de servicio, equipado con servicios médicos y reparto de comida, pero sin instalaciones tan necesarias como las duchas. Algunas familias llevaban dos días atrapadas allí, en la Autovía E75, a tan solo 20 kilómetros de iniciar su sueño europeo. Entre ellos cientos de afganos, desconocedores de la nueva imposición de Austria y sus vecinos del sur, que en la noche anterior disponían prohibir el acceso a los ciudadanos de esta nacionalidad.

Cientos de familias completas. Jóvenes, ancianos, mujeres y muchos niños permanecían atrapados en Polykastro, donde la policía bloqueaba el paso a autobuses de camino a Idomeni. Resultaba difícil moverse en una estación de servicio en la que habían pernoctado 3.800 personas y 70 autobuses. La prohibición del tránsito para estos vehículos hasta Idomeni, obligada por los estrictos controles macedonios, había creado un escenario de statu quo en Polykastro, donde cada vez llegaban más refugiados. Una situación que terminaría por romperse el domingo a mediodía. La determinación de un joven sirio lograría que la policía griega, desbordada durante todo el fin de semana, permitiera a cientos de familias emprender el camino hacia Idomeni andando.

En apenas unos minutos el  joven era capaz de congregar a cientos de sirios, y a la escasa prensa, ante la patrulla que custodiaba la salida de la estación de servicio. Los policías no pudieron hacer otra cosa que cruzar su coche en la salida y reclamar la llegada del oficial al mando. A la mayoría siria se le habían unido muchos refugiados afganos y algunos iraquíes que esperaban sentados en la calzada, frente a la policía. Tras unos minutos de negociaciones, y observando que el nutrido grupo de jóvenes inicial se habían convertido en cientos de personas, el oficial desistía en su intención de bloquear el paso a los refugiados, y organizaba un pequeño grupo de patrullas que custodiarían la larga marcha.

Cientos de refugiados comenzaron a caminar hacia Idomeni el día 21 de febrero. Foto: Pablo Ibáñez.

Cientos de refugiados comenzaron a caminar hacia Idomeni el día 21 de febrero. Foto: Pablo Ibáñez.

Un interminable flujo de personas recorrería a pie la última etapa en territorio griego en su búsqueda de asilo en el centro y el norte de Europa. Imágenes tremendas las que se vivirían durante dos días en el trayecto que separa ambos campos. Cientos de personas acarreando toda su vida, en voluminosos bultos, durante veinte kilómetros, en una situación que recordaba cruelmente a las migraciones de principios del siglo XX. Miles de jóvenes, ancianos, algunos en silla de ruedas o con muletas, y sobre todo niños, muchos niños, cargaban todas sus pertenencias en una etapa a pie que se prolongaría durante más de seis horas.

Mientras, en un casi repleto campo de Idomeni, voluntarios y oenegés se preparaban para afrontar unas jornadas en las que estarían visiblemente desbordados. El torrente de personas en el que se había convertido la autovía E75, desembocaba en Idomeni en torno a las seis de la tarde. Durante horas, en un flujo casi constante, unas dos mil personas llegaron, algunas exhaustas, a un campo que no disponía de medios para albergar a todos los recién llegados. Pero ARYM y sus socios al norte seguían con sus estrictos controles y cupos de refugiados.

La protesta afgana

Casi anocheciendo, la policía bloqueaba a los migrantes afganos sobre un puente en la entrada al pueblo de Idomeni desde la autovía. Tan solo unas horas después de que el gobierno de ARYM decidiera que Afganistán ya no es un país en guerra, y sus ciudadanos pasaban a ser considerados desde ese mismo instante “migrantes económicos”, la etiqueta que se ha utilizado para ir rechazando paulatinamente a ciudadanos de diferentes nacionalidades en su migración a través de la ruta de los Balcanes. En la actualidad, tan solo sirios e iraquíes tienen permitido el acceso a ARYM.

Refugiados afganos retenidos en el puente sobre el río Vardar en Idomeni. Foto: Pablo Ibáñez.

Refugiados afganos retenidos en el puente sobre el río Vardar en Idomeni. Foto: Pablo Ibáñez.

El bloqueo a los ciudadanos afganos por parte de la policía griega duraría algo más de una hora. Sin embargo, conforme avanzaban los minutos, e iba llegando el flujo de migrantes que caminaban su última etapa en Grecia, más afganos se acumulaban en el puente sobre el río Vardar. Sentados en el suelo y al grito de “We don’t go back”, mostraban sus papeles, válidos hasta hacía tan solo unas horas. Para ellos los veinte kilómetros andados eran lo de menos. Lo duro era comenzar a asimilar que tras un viaje de 5000 kilómetros, tener los papeles en regla y pasaporte, finalmente, no serías aceptado debido a una decisión política. La policía griega volvía a flaquear, desbordada por una jornada terriblemente intensa en Polykastro e Idomeni. La decisión conllevaba el aislamiento de los afganos en el sector más alejado de la zona de servicios del campo de Idomeni, a unos trescientos metros del puesto fronterizo.

La mañana del lunes el grupo afgano en el campo de Idomeni era muy numeroso. La policía griega trataba de montarles en autobuses camino a Atenas, lugar donde en la actualidad malviven acampados en plazas y parques. El grupo se negaba, mostraba improvisadas pancartas, en las que reclamaban la apertura de la frontera, y solicitaba a la policía la posibilidad de llegar hasta el puesto fronterizo para realizar una protesta. Ancianos y niños permanecían en primera fila ante un cordón de antidisturbios que no tenía intención de actuar. Mientras, tal y como ocurriera en la jornada anterior, muchos migrantes habían decidido recorrer el camino entre Polykastro e Idomeni a pie. Los afganos recién llegados eran enviados con este grupo, sin posibilidad de acceder a la zona de servicios del campo de Idomeni, lo que iba incrementando la protesta. De nuevo, fue demasiada la presión para la policía griega que abandonó el cordón y dejó pasar a la improvisada manifestación afgana hasta las mismas puertas de ARYM.

La llegada al puesto fronterizo generó momentos de muchísima tensión. Algunos jóvenes afganos, desesperados, saltaron entre vallas y concertinas a ARYM, donde les esperaban los implacables y agresivos soldados y policías macedonios. Otros tumbaron las vallas que separan el paso fronterizo de las vías de ferrocarril colindantes y conseguían colarse por allí. Una situación que obligó a cerrar las puertas sobre la vía, construidas para este tipo de revueltas, en el marco de los más de 20 kilómetros de valla levantados por las autoridades macedonias en su frontera con Grecia. Los afganos quedaban encerrados en el puesto fronterizo de Idomeni, rodeados por vallas y policías griegos, y acampaban sobre las vías del tren y el terreno del paso fronterizo durante toda la noche.

Un joven afgano salta la valla que separa Grecia de ARYM. Foto: Pablo Ibáñez.

Un joven afgano salta la valla que separa Grecia de ARYM. Foto: Pablo Ibáñez.

En la mañana del martes, Médicos Sin Fronteras alertaba del inicio del desalojo de la acampada afgana. La policía mantuvo a los medios de comunicación a casi tres kilómetros del campo de refugiados. Horas más tarde, cuando ya habían salido 15 autobuses con familias afganas hacia Atenas, accedió a acercar las cámaras a unos doscientos metros del campo. Pese al cerco, algunos de ellos lograron escapar hacia los bosques cercanos, otros fueron capturados y reintegrados en el grupo. A las cuatro de la tarde se restablecía el flujo de migrantes sirios e iraquíes a través de ARYM. Todavía quedaban ciudadanos afganos rodeados de un amplio cordón policial, e Idomeni había triplicado su población en dos jornadas caóticas, en las que la mitad de un terreno de cultivo colindante fue ocupado por decenas de pequeñas tiendas de campaña en las que se alojaban quienes no tenían cabida en el campo de refugiados. Una situación que se ha convertido en crónica en la red de campos de refugiados griegos, el país que soporta la mayoría del peso de la crisis migratoria en Europa.

La crisis migratoria sobre los hombros de Grecia

Con las tímidas e intermitentes aperturas de frontera de ARYM, no hay solución al problema griego. El país heleno tiene sus islas desbordadas, en estos dos meses han recibido más de cien mil migrantes, llegados desde Turquía a través del Egeo, de los que Grecia alberga muchos miles. Algunos desesperados. Este jueves dos jóvenes afganos trataron de ahorcarse en la Plaza Victoria de Atenas. El mismo día, cientos de refugiados abandonaban el campo de Diavata para recorrer 80 kilómetros andando hasta Idomeni. Otros, comenzaron su marcha antes pero llegarán más tarde. Cientos de refugiados abandonaron el miércoles el puerto de Pireo en Atenas, para recorrer a pie los 500 kilómetros que les separan de la frontera macedonia, entre ellos muchos niños y ancianos.

Una familia de refugiados llega al campo de Idomeni tras largas horas de marcha a pie. Foto: Pablo Ibáñez.

Una familia de refugiados llega al campo de Idomeni tras largas horas de marcha a pie. Foto: Pablo Ibáñez.

Una situación que deja a los “migrantes económicos”, de aquellas nacionalidades que como la afgana fueron descartadas como solicitantes de asilo, en un difícil escenario. Esperar a unos trámites legales que pueden no resolverse, tratar de cruzar ilegalmente o dejarse llevar por las mafias. Algunos permanecen escondidos en los bosques griegos de la frontera con ARYM. Tratan de colarse en trenes que viajan a Serbia, que les acercan un poco más al norte. Muchos terminan perdidos, olvidados en un parque, en una plaza, en el bosque, esperando ni ellos saben qué.

Texto: Miguel Ángel Conejos Montalar.

Fotos: Pablo Ibáñez Sierra. 

Publicado en Gara, 28 de febrero de 2016.

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