Paso fronterizo de Eidomeni. Foto: Pablo Ibáñez.

Como de la nada, tras una curva en la E75, poco antes de llegar a Nea Kavala, aparecen las tiendas de ACNUR en una estación de servicio convertida en campamento de refugiados, a tan solo 20 kilómetros del paso fronterizo de Eidomeni.

La pasada noche 25 autobuses, lo que supone más de un millar de solicitantes de asilo, han pernoctado allí, esperando que la frontera de Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM) se abriera y permitiera el paso en pequeños grupos a quienes tuvieran todos sus papeles en regla.

El campo de Eidomeni, organizado para el tránsito, alberga cientos de personas cada noche. En el día de hoy casi mil refugiados han llegado a la frontera griega con ARYM. Pequeños grupos han pasado por una frontera que se abre intermitentemente.

Algunos de los autobuses que llegan al campo permanecen estacionados allí durante horas. El motivo es que son esos mismos vehículos que les acercan a su sueño, los encargados de devolverles a Atenas en el caso de ser considerados “migrantes económicos”. Todo previo pago de un precio variable, de entre 20 y 50 euros según diferentes testimonios, probablemente motivado por la picaresca.

Del gremio de los conductores de autobús griegos nos ha llegado la voz más beligerante en contra de los refugiados. “O ellos o nosotros”, como si de un representante de Amanecer Dorado en pleno mitin se tratara. Una opinión vertida tras obligarnos a ver la suciedad en uno de los autobuses, usado durante horas por familias completas, incluidos niños. Quizá un reflejo de esta nueva Europa de vallas y fronteras.

Anillo con la bandera kurda. Foto: Pablo Ibáñez.

Anillo con la bandera kurda. Foto: Pablo Ibáñez.

Tras él alegato racista del conductor. Nos asalta Giwan, un kurdo de Kobane, que necesita urgentemente efectivo, y solo dispone de una tarjeta de crédito. No somos los indicados para ayudarle. Sin embargo, nos advierte de que “Kobane ahora es ISIS”, una noticia que simplemente no podemos creer, convencidos de algún modo de la victoria de una resistencia que dura ya años.

Giwan.

Giwan. Foto: Pablo Ibáñez.

Tan solo un par de minutos después charlamos  con Gulbaddin, “Gul”, un joven afgano de 21 años, que habla un perfecto inglés, que ha sido intérprete del ejército norteamericano. Aunque no sabe muy bien en qué país solicitar asilo, algo tiene muy claro “en Afganistán, con los talibanes, no me quedo”. Gul  lleva dos meses de viaje para llegar a Grecia, incluida una estancia de dos semanas en Estambul.

En el campo fronterizo de tránsito

Eidomeni es un campo organizado. ONG’s de distintos ámbitos prestan ayuda a aquellos que pueden pernoctar en él. Hay reparto de comida, también de ropa, juegos infantiles, servicios médicos, atendidos por la omnipresente Médicos Sin Fronteras, baños, duchas, agua corriente, barracones y tiendas.

También hay servicios ajenos al campamento. Perritos calientes, hamburguesas, patatas, café o té, pueden ser comprados por refugiados, policías y voluntarios de las ONG’s. Una pequeña muestra de la sociedad de consumo en la que vivimos anexa al campo de Eidomeni.

Sin embargo, el objetivo de la mayoría de los migrantes es recorrer el trayecto en el menor tiempo posible. Hay quienes abandonan el autobús y directamente acceden al paso fronterizo de ARYM. Otros, pese a su estatus de refugiado, necesitan visitar al médico o alimentarse. Algunos simplemente descansar. Son quienes pasarán el día y la noche en el campo, esperando una nueva jornada de viaje hasta Serbia.

En el día de hoy han podido disfrutar de un evento cultural, organizado por artistas procedentes de Thessaloniki, Kiris y ARYM, deleitaba con música y performances a los refugiados. El “Open Border Parade”, sorprendía a muchos de los habitantes eventuales de este campamento. Antes, habían hecho disfrutar a los más pequeños con juegos o simplemente dibujando. Las piezas esbozadas por los pequeños, lanchas, bombardeos o tanques, son el reflejo del sufrimiento de la infancia en todo conflicto bélico o en una migración de estas dimensiones. Simplemente estremecedor.

Dos refugiados duermen en uno de los autobuses. Foto: Pablo Ibáñez.

Dos refugiados duermen en uno de los autobuses. Foto: Pablo Ibáñez.

Mientras que aquellos sin la nacionalidad siria, afgana o iraquí, ajenos ya al devenir del campamento eran montados en autobuses de regreso a Atenas, a veces a la fuerza. Los que en esa situación carecen de dinero para costearse ese viaje, o no se resignan a alcanzar su sueño, buscaban un sitio donde dormir, algunos entre árboles en un cercano bosque, otros en vagones abandonados, pero todos con la intención incuestionable de acceder al centro o el norte de Europa en busca de trabajo. A través del paso fronterizo, como polizones en un tren, o mediante agujeros en las vallas. Más atrás, en un hotel de carretera cercano a Evzonoi, las mafias se frotan las manos ante esta situación.

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